Había sido un día muy agitado, eran ya las siete de la noche, al salir a la calle como casi todos los días a estas mismas horas, desde la puerta del garaje del edificio, en donde tenía mi oficina, se adentraba quiera o no a un mundo en el cual no quisiéramos entrar, pero era inevitable, ya quería estar en mi casa, con mis hijos, mi esposa, la calidez del hogar, la merienda servida, es decir, era el momento de estar en casa, pero para que esto suceda, faltaba lo más difícil, manejar en la ciudad en la hora pico.
La complejidad de la ciudad, la salida de los trabajos y de los colegios, la cantidad de vehículos en las calles, los semáforos, los policías de tránsito, la desesperación y la necesidad que teníamos todos de llegar pronto a casa hacia que este momento fuera un siglo, conflictivo, violento, desesperante.
De un tiempo acá, serán tal vez unos dos o tres años, la ciudad no era así, al contrario, era tranquila sosegada, con gente amable y respetuosa, podíamos llegar a casa a tiempo sin apuros, nos dábamos el lujo de parar tranquilamente en la tienda o en la panadería y llegar a casa con el pan recién hecho, la leche fresca, y la sonrisa ancha a gozar del retozo familiar alegre de compartir en familia el amor, y las incidencias del día.
La ciudad, que durante el día y la noche en ciertas horas se vuelve un infierno, en donde la puja, el tira y afloja, que el pito del carro de junto o el de atrás, con los transeúntes que se abalanzan sin precaución alguna por tratar de alcanzar el parter de la avenida, corriendo el sin fin de peligros, nos ponen los nervios de punta. El carro de junto que logra visualizar que la distancia que hay entre el carro de enfrente al mío es suficiente para meterse , hace maniobras para lograrlo, no usa los focos direccionales, pero como ese pedacito de espacio para mi es el margen de seguridad que tengo para que no lo vaya a chocar en una eventualidad cualquiera, yo, le cierro el paso acortando el espacio adelantándome un tanto, eso me hace acreedor a al más florido lenguaje citadino de un frustrado chofer que no pudo hacer lo que el aspiraba, pues fui insultado con gestos manos y palabras, pero es que realmente es complejo manejar a estar horas y en estas condiciones, la calzada llena de carros, avanzan a paso de tortuga, el atrancón es impresionante.
Los minutos pasan y no avanzamos, como diría mi abuelita, caminamos piño a piño, al llegar cerca de la esquina, con diez semáforos, intersección con otra avenida, igualmente atestada de carros, cuatro policías de tránsito que hacen caso omiso de los señaladores de tránsito, complican más el problema, al frente del parabrisas se para un muchacho con una botella de agua un limpiador de vidrio y sin ni más ni más se pone a lavar el parabrisas de mi carro y otros en los carros vecinos, limpian con tal celeridad, se vuelven tan agenciosos que en menos de un minuto ya está terminado de lavar, inmediatamente golpean la ventana y extienden la mano para que se les pague por la labor realizada sin mi consentimiento, como yo no solicite tales servicios yo no le pago, por lo tanto soy víctima de la agresión del susodicho limpiador tremenda patada a la puerta y de yapa el insulto más clásico de la ciudad, Indio de m…. h… d… p…
En cada esquina un baratillo de ofertas se presenta, los vendedores ambulantes se acercan y ofrecen artículos de todo tipo, frutas, alimentos , artículos para casas y vehículos, películas y CD’s piratas, y lo más abrumador los niños pidiendo caridad a vista y paciencias de sus padres.
En la medida que avanzamos lentamente por la calzada atestada de carros y en cada esquina el verdadero milagro el lograr ingresar a la calle intersección a la que deseo ir; la pugna por cada lado es intensa, los tiempos en los semáforos no son lo suficientes, los choferes se les nota en la cara el stress que llevan a carga, pienso que ellos me verán a mí también en la misma condición, cada quien pugna más por avanzar con mayor celeridad y lograr salir de este atolladero, pero, los que vamos para el norte todavía nos queda un largo camino.
Todo cambio con la dolarización, el país de un día para el otro se enfrentó a un cambio drástico, que pensamos en un principio traería consecuencias inesperadas, y así fue en realidad, la clase media del país paso de la riqueza a la pobreza, y de la pobreza al pauperismo, y en esta clase de pueblo que vivía en la pobreza es donde se lograron notar los cambios de una manera más clara, pues la afectación se vio mucho más clara en la falta de conocimiento del verdadero valor que tenía la nueva moneda, de la noche a la mañana todo cambio, nuestros salarios se licuaron totalmente, pues cada dólar se lo cotizo a 25.000 sucres, se perdió totalmente el poder adquisitivo de nuestros salarios, esto trajo un verdadera caos. Por eso era facilísimo que una vendedora indígena se acerque al carro y te pida "guan" dólar patrón por un plato con diez guineos, "guan" dólar por cualquier cosa, como si el dólar costara realmente cincuenta centavos o un sucre.
Por fin ingresé a la otra avenida. Igualmente el tráfico no se movía, esta vez se complicaba más porque se unían dos grandes avenidas y no habían semáforos, pero si un distribuidor por medio de un redondel y una famosa frase que nadie hace caso: “Ceda el Paso”. Aquí nadie cede nada, peor el paso. Y en este momento, en que todo el mundo quiere llegar pronto a su destino, estos redondeles, que hay algunos en esta conflictiva ciudad, son los que más congestionan el tráfico. El movimiento lerdo y angustioso ha dado lugar a que no pasen inadvertidos por los que de alguna manera observamos nuestro alrededor, un sin fin de contradicciones sociales y que, con el ajetreo cotidiano de la gran ciudad, no nos damos cuenta (o no queremos darnos cuenta), es que es más fácil así el querer porque no nos involucra en esa gran problemática.
Estoy frente a un parque, es el más grande dentro de la ciudad. Del otro lado, un centro comercial; solo en esta manzana podemos ver los grandes contrastes de la sociedad inadvertida, que deambula, unos tras conseguir ayuda en forma de limosna, otros con la venta de artículos o realizando cualquier actividad que llame la atención, y finalmente: la lástima, aparecen niños de cortas edades, todos ellos sucios, desgreñados, descalzos, extendiendo las manos, solicitando dinero para comprar un pan. ¡Ah! pero eso sí, dinero; porque si das el pan que piden, te insultan o no lo toman. ¿Por qué sucedía esto? me preguntaba; y es que si observamos bien, al otro lado de la calle, están reunidas unas mujeres, sentadas al pie del poste o en un lugar no muy visible, a las que de vez en cuando estos niños se acercan y les entregan todo lo recaudado producto de las dádivas de los choferes de los automóviles; estas mujeres o son sus madres o son las traficantes o explotadoras de estos niños.
Más allá, un grupillo de niños más grandecitos, portando cualquiera de ellos una funda, que de vez en vez, se la llevan a la boca y nariz. Estos chicos andan siempre en grupitos, que sin más ni más, al pobre transeúnte, que ose pasar cerca de ellos, lo rodean y es víctima de pedidos de ayuda y robo a mansalva. Estos chiquillos, que hace algún tiempo en las calles de Bogotá se convirtieron en una plaga , los llamaban “Gamines”, son los huele pega, porque lo que tienen en la funda es cemento de contacto, producto que les droga, les quita el hambre y el frio, y es de fácil acceso por el precio y la facilidad de adquisición así mismo de fácil exterminio de su salud, porque acaban como guiñapos destruidas sus neuronas.
En otra esquina, se observa a unos jóvenes que solicitan ayuda realizando malabares, unos son bota fuego, otros con pelotas, o maderos realizan habilidades que llaman mucho la atención, u otros, sus habilidades de piso, mortales, carpados, saltos dobles o triples y un sin fin de volteretas, todo esto como dice el Chespirito, "fríamente calculado" en el tiempo que dura el cambio de color de los semáforos, claro está esto es en la noche, porque durante las horas pico en el día cambia totalmente el repertorio, las ventas, los espectáculos y los pedidores de limosnas.
El atrancón a esta hora es interminable ya tengo cerca de treinta minutos apenas en siete cuadras, y veo que los choferes son de todas las edades, desde muy jóvenes hasta mayores de sesenta años, y aunque parezca mentira, el sesenta o más por ciento son mujeres, la mayoría jóvenes adultas, todas ellas con sus caras cansadas y llenas de angustia, con el teléfono en la mano, hablando gesticulando, se les nota la deceleración que tienen por llegar a casa, todas ellas son la gran masa trabajadora femenina de la burocracia pública y privada de la capital, ellas son las que se han tomado las plazas de trabajo que antes era solo de hombres, o también profesionistas que de igual manera han incursionado en estos ámbitos, son médicos, abogadas, arquitectas, gerentes bancarias, etc.., etc... de pronto unos se pitan entre sí, abren sus ventanas, se saludan se dan los números de sus celulares, concertan una cita de trabajo, se apaciguan las angustias,.. todo esto es muy común o de pronto un desesperado trata a la fuerza de hacer otra fila a costa de los pequeños espacios que ve entre carro y carro y al rato un golpe, este carro le choco a otro, ahora si se arma la grande, el agredido se baja del auto mira su carro busca el lugar del choque y la lesión que esta tenga, y la verdad apenas tiene una pequeña rozadura, que involucra solamente la pintura, pero esto en esta ciudad, es lo peor que le puede pasar a uno pobre cuando va en su vehículo, se arma la de San Quintín, el lesionado quiere acosta de todo que le lleve a su carro al mejor taller de la ciudad, en donde tendrán que hacer un avaluó del raspón y de todas las lesiones anteriores, choque y hundimientos que ya tenía su carro a costa del imprudente que por desgracia logro tocarlo, entonces el otro que no se deja, comienzan los agravios insultos y que van a llamar a la policía y que va hacer peor, y sí que es peor, primero porque estos brillan por su ausencia, segundo porque el parte policial será a favor o en contra del que más o menos pague en la mordidita, y tercero porque se llevaran sus carros al canchón de la policía donde será realmente desvalijado y el rato que lo logre sacar solo lo encontrara como chatarra, de pronto,… se pone en verde el semáforo, y comienza el gran concierto de pitos, silbidos, gritos e insultos, porque los chocados no dejan que fluya el tráfico y puede cambiar el semáforo, esta presión que siente los accidentados es tal que logran unas veces llegar a una transacción y otras veces a la agresión física o si no, no dan paso y otra vez a esperar ya cambio el semáforo.
Por fin llego a una zona donde la circulación de los carros es más fluido y avanzamos unas cuantas cuadras con celeridad, yo doblo hacia la izquierda y fácilmente logro llegar a la autopista que me lleva a zona donde vivo, debo haber ascendido por una larga cuesta unos 200 metros de alto, al llegar a la autopista comienza nuevamente mi calvario, ingresar a la corriente de carros que con flujo interminable de cuatro carriles llenos de automóviles, transporte público y privado que se dirigen al norte, los choferes hacen caso omiso del pedido de ingreso al flujo, unos se hacen los ciegos otros los tontos y otros se pasan riendo, pero no dan acceso, es aquí donde tenemos que meternos a la fuerza, ayudado porque más pasan parados y nos metemos poco apoco hasta lograr ingresar a la autopista, es aquí cuando se nota el cambio de actitud de las personas, se lucha por el centímetro, el espacio que logramos arrebatar para ingresar a la fila de carros representa como si les estuviéramos quitando el oxigeno que nos mantiene vivos, no dan paso, aceleran para acortar las distancias y no dejar ingresar a nadie y lógicamente los insultos no se hacen esperar sus rostros demuestran ira,… desesperación , angustia y lo peor de todo es que a la larga todos terminamos tarde o temprano adoptando esa fea actitud; peros solo la música de la radio o los CD que compramos abajo nos quita el mal genio que llevamos a cuesta, veo a los lados y miro que la mayoría de carros son nuevos, del año unos o máximo de dos años atrás, que en su interior al igual que yo, solo vamos una sola persona rara vez el chofer va acompañado y que lo que vemos al frente es unos mil carros, todos nuevos o casi nuevos y que al otro lado en la calzada de enfrente debe haber otros tantos , es que de un tiempo acá, con haber aprendido a usar el dólar, el sistema nos ha cambiado nuestra forma de manejar la economía de nuestro bolsillo,el poder de compra subió la estabilidad de la moneda nos evita muchos riesgos, la compra y venta de bienes raíces, el aumento de ciudadelas y casa habitación en la ciudad se ha incrementado, las facilidades de pago y endeudamiento de la clase trabajadora ha dado lugar a que todas las familias tengan su vehículo y también su casa, el transporte público es deficiente, deficitario para esta ciudad, por lo tanto los trabajadores y estudiantes optaron por tener su propio medio de movilización es por esto el cambio tan drástico que hemos sufrido. La ciudad se agrando, y por ende los vehículos también. La congestión en esta ciudad ya no solamente es en las horas pico.
Por fin he llegado a mi casa, ha sido una larga trayectoria, esta de todos los días de la semana laborable, en casa me espera el cariño de mi esposa y de mis hijos, el calor del hogar y la vista maravillosa desde la ventana de mi casa hasta la ciudad, si vivo en lo alto en la montaña, desde aquí me libro de la contaminación, de la que es víctima la ciudad y su población, vivo entre los arboles de en bosque del Pichincha en esta bella y hermosa ciudad Capital de mi país,” Quito la carita de Dios”.
Me deleito con su observación permanente, y me da pena al mismos tiempo cuando en la mañana tengo que volver a ingresar a este rio interminable de carros que se dirigen a sus trabajos, Escuelas, Colegios y Universidades, yo al Hospital, y, lo peor ver que sobre la ciudad una densa nube gris y espesa se forma sobre el cielo casi siempre azul y soleado de mi hermosa ciudad, Quito, la ciudad de los contrastes que observo en la hora pico.
Guayaquil 10 de julio del 2010
Placidoenamingo.
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